Viajar con el Pato me fascina. Prudente para manejar, escuchando buena música, riéndonos, haciendo planes, leyendo el diario en voz alta, picoteando agüita mineral y mandarinas. Llegamos tipo 12:30 y claramente la idea era almorzar mariscos y pasear por los cerros sacando fotos.
Subimos en ascensor al Cerro Concepción. Harto turista, harto grupo, harta gente. El día estaba bello, con esa humedad deliciosa de las ciudades al lado del mar y una hermosa vista. Todo bien hasta que me atacó el hambre.
Bajamos caminando, porque según datos de un lugareño, debíamos almorzar cerca del mercado. Yo, que me sentía en ayuno nuevamente, quería poco menos que ahorcar al Pato que no le "tincaba" ningún restaurant. "No es lo que ando buscando" decía. Según él, quería encontrar una picada en la que había comido hacía casi 10 años, cuando estaba haciendo el MBA.
¿Y me podrán creer que la encontramos? Así es el Pato. Suertudo. En estacionamientos llenos, encuentra un espacio justo al lado de la entrada. Increíble.
El restaurant se llamaba "Los Porteños" y estaba a la vuelta del mercado. Entramos y al sentarnos llegó el garzón con un dedal de pisco sour y una panera con pan y pebre a tomar el pedido.
Comimos:
Comimos:
1 empanada de mariscos
1 empanada de jaibas con queso
1 pastel de jaibas (la guagua)
1 congrio frito con puré (Pato)
1 congrio a la plancha con ensalada (yo)
1 pisco sour
1 botella de vino de 500 cc
1 bilz (la guagua)
Era harto. Demasiado. Especialmente que yo sólo me comí dos mordidas de las empanadas (el resto se lo comió el Pato) y dejamos la mitad del pastel de jaibas.
Era harto. Demasiado. Especialmente que yo sólo me comí dos mordidas de las empanadas (el resto se lo comió el Pato) y dejamos la mitad del pastel de jaibas.
Las empanadas estaban ricas de sabor, pero llegaron estilando aceite. Al pastel de jaiba de faltaba algo. No sé, más sabor. El pescado estaba delicioso, tanto frito como a la plancha. La ensalada también estaba rica igual que el puré.
El local, claramente una picada, era limpio, con baños impecables, atención rápida y platos abundantes. La cocina está al otro lado de un vidrio y se puede ver todo lo que sucede adentro. Cuando estábamos terminando de comer, vimos una tremenda fila de gente esperando entrar, así que fuimos afortunados de encontrar mesa para dos cuando llegamos.
La cuenta salió $17.000. Baratísimo.
Después del almuerzo, nos fuimos a caminar por el Cerro Alegre, que me dejó impresionada con la belleza de sus calles, especialmente Lautaro Rozas. Tiendas de diseño independiente de ropa, mucho café vintage decorados de manera exquisita, salas de exposición, murales y hoteles Bed & Breakfast. Los cafés ofrecían almuerzos por $6.000 que se veían exquisitos, con una carta pequeña y sin pretenciones.
Un lindo panorama para ir a pololear y recorrer en familia.